top of page

¿Dónde está Ricardo?


A las cinco en punto, como todas las tardes, Ricardo apareció. Venía dando saltitos y silbando, siempre la misma melodía. Yo adoraba esa canción y a él también. Era el mejor momento del día. Todos los días elegía a uno del grupo para jugar. Yo siempre le miraba con ojos suplicantes y poniendo mi mejor sonrisa para que me seleccionase, pero él siempre me ignoraba. Deseaba tanto que fuese mi amigo, que hubiese sido capaz de cualquier cosa, lo que él me pidiese. Pero, los días pasaban y yo continuaba allí, esperando, viendo pasar a Ricardo, sin ni siquiera recibir un saludo por su parte.

Un día Ricardo no apareció, yo esperé y esperé. Debieron pasar unas dos horas, pero no se presentó. El resto del grupo no parecía preocuparse, pero yo sí. En un descuido de los demás, decidí ir a buscarle. No sabía por dónde empezar...

Fui al parque, pero por mucho que busqué no estaba allí. No quedaban muchas personas, tan solo unas cuantas madres con sus niños. Intenté preguntar por él, pero no pudieron ayudarme. Me pareció que no me entendían. Seguí dando vueltas preguntándome dónde podría estar Ricardo. Me acerqué al final del parque. Allí estaba el campo de fútbol. Estaba vacío. La tarde era desapacible y los niños deberían haber vuelto a sus casas. Quedaba poco tiempo para que anocheciese. Me pareció ver unas pisadas en la arena. Decidí seguirlas. Las huellas llegaban hasta el borde de un desnivel. Con cuidado me acerqué a él y miré hacia abajo. Allí estaba Ricardo, tumbado sobre unas ramas que habían frenado su caída. Se agarraba con fuerza el brazo, por lo que deduje que debía dolerle. Intenté llamarle. Ricardo abrió lentamente los ojos y me sonrió, pero casi de inmediato puso una mueca de dolor. Tenía que ir a buscar ayuda. Corrí por el parque buscando a alguien que nos pudiese ayudar. A lo lejos divisé unos policías que debían estar haciendo una ronda de vigilancia. Me dirigí hacia ellos. Al principio no me hicieron mucho caso, pero debido a mi insistencia me acompañaron hasta donde se encontraba Ricardo. Al verlo, llamaron a una ambulancia.

El médico, al ver lo nervioso que estaba me dijo:

- No te preocupes, se pondrá bien, no es más que un brazo roto. Tiene mucha suerte de tenerte como amigo.

Los policías me felicitaron por mi acción y me llevaron a casa, donde me estaban esperando.

Pasaron unos días hasta que volvió a venir Ricardo. Supe que llegaba porque le escuché silbar esa melodía que tanto me gustaba. Le vi andando dando saltitos y con el brazo escayolado. Se acercó a nosotros. Se paró delante de mí sonriendo.

- Quiero adoptar este perro – dijo.

- ¿A Kelvin? Buena elección. Siempre pensé que era un perro muy apropiado para ti. ¿Sabes que su nombre significa amigo? – dijo mi cuidador.

- No lo sabía – dijo Ricardo -. Pero ha demostrado serlo.

Nos fuimos juntos del hogar para perros, que, hasta ese día, había sido mi casa y supe, que a partir de ese momento yo sería siempre el elegido para jugar con él.

bottom of page