La verdad es que sí
- Begoña Torres
- 25 may 2017
- 2 Min. de lectura

El hombre entró en mi vagón de tren.
- ¿Le importa que me siente aquí? - me preguntó.
- La verdad es que sí - dije. Estaba muy cansada y no me apetecía tener compañía, sólo deseaba poder dormir todo el viaje.
El hombre se encogió de hombros y se sentó a mi lado. Al cabo de unos minutos volvió a preguntarme.
- ¿Le importa que fume?
- La verdad es que sí.
El hombre volvió a encogerse de hombros y encendió su cigarrillo. Yo alucinaba, lo que había previsto que fuese un viaje tranquilo se estaba convirtiendo en una tortura, con ese extraño individuo vestido con gabardina y sombrero, que se había sentado a mi lado, apoyé mi cabeza en la ventanilla intentando dormir, pero el humo de su cigarrillo apenas me dejaba respirar.
- ¿Le molesta el humo?
- La verdad es que sí.
El hombre volvió a encogerse de hombros y me echó una bocanada humo en toda la cara. Me levanté casi asfixiada y salí del vagón, pero aunque me recorrí todo el tren no conseguí encontrar un sólo asiento vacío. Volví resignada a mi asiento, haciéndome el serio propósito de dormir y de ignorar al irritante individuo. Iba a sentarme cuando el hombre me preguntó:
- ¿Le importaría cambiarme el asiento?
- La verdad es que sí.
El hombre se encogió de hombros y antes de que pudiese sentarme él ya había ocupado mi asiento. Yo intentaba calmarme, solía tener mucha paciencia, pero este hombre se estaba pasando de la raya, aún así contuve mi rabia, e intenté acomodarme en mi nuevo asiento, cerré los ojos e intenté descansar. Apenas había pasado un segundo cuando escuché la voz del hombre que me decía.
- ¿Le importa que abra la ventana?.
Intenté ignorarle presuponiendo que iba a hacer lo que le diese la gana, pero el hombre siguió insistiendo con su pregunta hasta que abrí los ojos.
- La verdad es que sí - contesté.
El hombre se encogió de hombros y abrió la ventana del vagón. El viento helado entró por la ventana y yo empecé a tiritar casi al instante. Sin embargo el hombre ni se inmutó. Volví a cerrar los ojos intentando dormir entre tiritón y tiritón, pero el hombre volvió a la carga.
- ¿Le importa que hable con usted?
- La verdad es que sí.
El hombre se encogió de hombros y comenzó a hablar y hablar y hablar. Y yo me irritaba más con cada palabra. Empezó a contarme la historia de su familia, de sus vecinos, de su jefe. El hombre no paraba de hablar. Me dolía la cabeza y estaba muerta de frío, y el hombre seguía hablando. No pude más. Me levanté y agarré al hombre por el cuello, saqué su cabeza por la ventana. - ¿Le importa que cierre la ventana? - le pregunté. - La verdad es que sí - me gritó desde fuera. Yo me encogí de hombros y me dispuse a cerrar la ventana.
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