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Mateo y el truco de la desaparición


Mateo adoraba la magia. Desde que podía recordar siempre había querido ser mago y practicaba trucos todo el día. Una tarde sus padres le llevaron a ver el espectáculo de “El gran Ernesto”. Mateo se lo pasó en grande, disfrutó con todos los trucos, pero sobre todo con el de la desaparición. El mago condujo a su ayudante tras la cortina y después de decir en alto “Que todo lo visible se haga invisible” corrió la cortina y la ayudante ya no estaba allí. Para hacerla aparecer volvió a realizar la misma operación, pero esta vez El Gran Ernesto dijo “Que todo lo invisible vuelva a aparecer” y allí estaba la simpática ayudante sonriendo como si nada hubiese ocurrido. El teatro entero aplaudió y Mateo el que más. Estaba fascinado y decidió que al día siguiente él haría un espectáculo para sus amigos.

Por la mañana Mateo se levantó temprano. Se pasó toda la mañana ensayando. Estaba orgulloso de cómo le salían los trucos. Sin embargo, por mucho que lo intentó, no consiguió hacer desaparecer nada. “Es una pena” - pensó - “seguro que mis amigos hubiesen alucinado con ese truco”.

A las cinco en punto comenzaron a llegar sus amigos: Arturo, César, Alejandro, Jimena y Alicia. Mateo los recibió vestido como un verdadero mago, con capa y chistera. Muy serio los hizo pasar a su cuarto. Allí estaba todo preparado: los naipes, la varita, las cajas de colores…, todo lo que un pequeño mago podía desear. Mateo comenzó a realizar trucos: adivinaba cartas, sacaba pañuelos de colores de la chistera, cortaba cuerdas y las arreglaba. Sus amigos le miraban asombrados. No cesaban de aplaudir y de pronunciar “¡ooooohs!” y “¡aaaaahs!” cada vez que Mateo realizaba un truco. De pronto, la puerta del cuarto se abrió, era el padre de Mateo.

- Tengo que salir y necesito que vigiles a tu abuelo – le dijo.

- ¿Y mamá? – preguntó Mateo.

- Tu madre tiene que hacer unos recados y luego vendrá a recoger al abuelo para llevarle al médico – le explicó su padre.

- Papá, estoy en medio de una actuación – protestó.

- No voy a discutir. Sabes que no se puede dejar al abuelo solo. Podéis bajar al salón y continuar allí.

El abuelo de Mateo estaba en su silla de ruedas. Desde hacía unos meses apenas podía moverse y casi no hablaba. Miraba a través de la enorme puerta de cristal que daba al jardín. Estaba ligeramente abierta y el salón olía a flores y a césped recién cortado. Cuando el abuelo escuchó entrar a los niños los miró y sonrió. Mateo corrió a abrazarle. Quería mucho a su abuelo y se sentía triste por su enfermedad. Echaba de menos a ese abuelo que jugaba con él y reía a todas horas.

- ¡Pues vaya rollo! – protestó Alejandro.

- Con lo bonito que te estaba saliendo el espectáculo – aseguró Jimena.

- ¿Por qué no nos haces otro truco? – preguntó Alicia.

- Sí. Haz desaparecer algo – pidió César -. Ya sé, a tu abuelo.

Mateo negó con la cabeza.

- No sé hacer ese truco – afirmó.

- Venga, inténtalo, porfaaaaaaaaa – pidieron todos a coro.

Mateo dudaba. No quería decepcionar a sus amigos, pero no le gustaba utilizar a su abuelo.

- Porfaaaaa – insistió Jimena.

- Está bien – cedió Mateo.

“¿Qué podía pasar?” - pensó - “si nunca me ha salido ese truco”. Mateo aprovechó que su abuelo estaba al lado de la puerta del jardín y corrió las cortinas dejándole detrás, fuera de las miradas de sus amigos. Dio unos pases mágicos con la varita y pronunció en voz alta:

- Que todo lo visible se haga invisible.

Mateo descorrió la cortina y todos sus amigos aplaudieron.

- ¡Eres un fenómeno! – gritó Arturo.

Mateo no dejaba de abrir y cerrar los ojos tan asombrado como sus amigos. ¡Su abuelo ya no estaba allí! No había nadie. Rápidamente Mateo volvió a correr las cortinas. Volvió a dar unos pases mágicos y dijo:

- ¡Que todo lo invisible vuelva a aparecer!

Mateo descorrió las cortinas, pero allí no había nadie. Repitió la misma operación tres veces más, pero su abuelo siguió sin aparecer. Mateo temblaba de pies a cabeza.

- ¿Dónde está tu abuelo? – preguntó Alicia.

- No sé – reconoció Mateo rompiendo a llorar.

- Tranquilo. ¡Vamos a encontrarlo! – dijo Alejandro.

Los niños buscaron por todas partes, pero no el abuelo de Mateo no apareció. Al cabo de una hora volvieron a sentarse en el salón.

- Mi padre me va a matar – aseguró Mateo -. ¿Cómo he podido hacer desaparecer a mi abuelo? Si nunca me había salido ese truco.

Los niños estaban cabizbajos y en silencio. El padre de Mateo entró en el salón.

- ¿Qué os pasa? – preguntó - ¿Dónde está el abuelo?

Mateo entre sollozos le contó a su padre como había hecho magia y el abuelo había desaparecido. Su padre le miraba con una mezcla de asombro y enfado.

- ¿Has perdido al abuelo?

- ¡Qué no! – dijo Mateo entre sollozos -. ¡Qué lo he hecho desaparecer!

En ese momento lo vieron. La madre de Mateo empujaba la silla del abuelo atravesando el jardín.

- ¡Mamá! Has hecho aparecer al abuelo – gritó Mateo cuando entraron en el salón.

Su madre escuchó perpleja la historia de Mateo y luego comenzó a reír. Les explicó que había sacado al abuelo por la puerta del jardín, mientras las cortinas estaban echadas, para llevarle al médico.

- Si hubiese sabido que estabais con él os hubiese avisado – aseguró.

Todos se alegraron mucho de que todo hubiese terminado en un susto y aseguraron que Mateo llegaría a ser un gran mago.


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