Rebeca y el deseo cumplido
- Begoña Torres
- 1 jun 2017
- 3 Min. de lectura

Rebeca no quería hacer aquel viaje. “Van a ser unas vacaciones estupendas” le dijo su padre. “Menudo rollo” pensó ella enfadada. Una amiga le había invitado a pasar quince días en la playa, pero su padre se había negado, él siempre quería disfrutar de todo el tiempo con ella. “Te va a encantar Italia”, le había asegurado, “y además allí te espera una sorpresa”.
Rebeca resopló, ninguna sorpresa podría superar a pasar las vacaciones en la playa.
- No sabes la suerte que tienes – le dijo a Rebeca -. Yo aprendí, con mis padres adoptivos, que tener a alguien que se preocupe por ti y te quiera incondicionalmente es un tesoro.
Llegó el día del viaje, Rebeca y su padre después de un par de horas de avión llegaron a Roma que resultó ser una ciudad impresionante, pero Rebeca no quería dar su brazo a torcer, estaba muy enfadada porque no había conseguido salirse con la suya. Su padre intentaba animarla y no paraba de llevarla a sitios espectaculares, pero ella seguía empeñada en hacer todo lo posible por arruinar ese viaje. Su padre la miraba con tristeza, “Rebeca esta es una oportunidad única, deberías aprovecharla”. Pero Rebeca se limitaba a resoplar con fuerza. Después de ver el Coliseo, el padre de Rebeca intentó llevarla a ver la Fontana de Trevi. “Estoy harta” gritó Rebeca, “ojalá no fueses mi padre” y salió corriendo entre la multitud.
Después de unos cinco minutos se paró en medio de una plaza. Había sido una tontería, simplemente estaba tan enfadada que no había pensado lo que hacía. Se dio cuenta de que no sabía dónde estaba y que tan sólo conocía el nombre de su hotel. Mirando el mapa, poco a poco, consiguió acercarse hacia donde se encontraba. Llegó a una plaza que reconoció y allí sentado en una fuente vio a su padre. Se había cambiado de ropa y parecía que estaba tomando el sol como si nada hubiese pasado. Rebeca se acercó.
- Lo siento papá – le dijo.
El hombre le miró extrañado.
- Non capisco, signorina – contestó.
Rebeca no entendía por qué le estaba haciendo eso su padre. Ella no se había comportado bien, pero ya se había disculpado.
- Siento haberte gritado y haberte dicho que no quería que fueses mi padre.
- Non capisco che tu stia parlando, signorina – dijo el hombre perplejo.
Rebeca se asustó. ¿Y si su deseo se había hecho realidad?, ¿y si su padre ya no lo era?
- Papá, soy yo, Rebeca. ¿Ya no te acuerdas de mí?
- Io non tengo nessuno figlia – aseguró el hombre, que parecía no entender nada de lo que estaba sucediendo -. ¿Necesita aiuto?
Rebeca estaba empezando a asustarse. ¿Qué pasaría si su padre no se acordaba de ella nunca más?
- Papá, por favor – suplicó.
El hombre la miraba con una mezcla de desconfianza y preocupación. Rebeca empezó a llorar y, poco a poco, se fueron acercando varias personas. Todas comenzaron a hablar en italiano y Rebeca no conseguía entender nada. Tan sólo quería que su padre la abrazase e irse al hotel.
- ¡Polizia, polizia! – gritó una señora cuando vio a unos agentes que pasaban por allí.
Los agentes se acercaron y todos los presentes empezaron a hablar en italiano. Todos hablaban a la vez y Rebeca sentía que se estaba mareando. No dejaba de mirar a ese hombre que había sido su padre y que ahora parecía no reconocerla. “Ojalá volvieses a ser mi padre” pensó cerrando los ojos. Cuando los abrió le vio aparecer, entraba en la plaza y se acercaba a la multitud. Allí estaba su padre, con la misma ropa que llevaba esa mañana.
- ¡Papá, papá! – gritó Rebeca mientras corría a abrazarle.
Su padre, que parecía preocupado, sonrió al verla.
- ¡Cómo me alegro que vuelvas a ser mi papá! Te quiero mucho – dijo Rebeca.
Él la miró sorprendido. Rebeca comenzó a relatarle como se había olvidado de ella y le señaló hacia donde estaba la gente. Allí, sentado en la fuente, seguía su padre. Rebeca les miró alternativamente sin comprenderlo. ¿Cómo podía estar en dos sitios a la vez?
El padre de Rebeca sonrió y comenzó a caminar hacia el hombre de la fuente. Rebeca le seguía sin dar crédito a lo que veía. Los dos hombres se dieron un gran abrazo. Rebeca no salía de su asombro.
- ¿Te acuerdas que te dije que en Italia te esperaba una sorpresa? – le dijo.
- ¿Un doble tuyo? – preguntó Rebeca.
- Ya sabes que soy adoptado – le explicó -. Hace poco descubrí que tenía un hermano gemelo y te presento a tu tío Giuseppe.
-Buone sera, signorina – dijo su tío mientras le tendía la mano.
Rebeca comenzó a reír y le dio un gran abrazo. Era una sorpresa estupenda y ahora estaba segura que iba a conseguir aprender italiano.
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