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Carlos y el misterio de las canicas desaparecidas


A Carlos le encantaban los juguetes, sobre todo sus canicas, se pasaba el día jugando y jugando y no era raro entrar en su cuarto y encontrar canicas por todas partes, porque si había una cosa que a Carlos no le gustaba nada, era recoger.

- Carlos, recoge tus canicas, cualquier día las vamos a pisar y nos haremos daño – le decía su madre.

- Luego, mamá, luego, ahora no puedo – protestaba Carlos, porque siempre encontraba una buena excusa para no hacerlo.

Una noche Carlos, su mamá y Andrea, su hermana pequeña, leyeron un cuento donde un pequeño duende se llevaba los juguetes que los niños dejaban tirados por el suelo. Andrea se quedó tan impresionada que salió corriendo a ordenar todas sus muñecas, mientras Carlos se reía de ella.

- Andrea, eso son tonterías – le aseguraba -. Es solo un cuento, los duendes no existen.

- Ya verás, cualquier día desaparecerán todos tus juguetes – contestó Andrea.

- Ahora todos a dormir, que mañana hay cole – dijo su mamá -. ¿Has recogido tus juguetes Carlos? – le preguntó.

- Mañana los recojo, es que ahora tengo mucho sueño – volvió a excusarse Carlos.

Pero a la mañana siguiente todo fueron prisas, como siempre, llegaban tarde al colegio.

- ¿Has recogido tus juguetes Carlos? – volvió a preguntarle su madre.

- Luego, mamá, luego. Llego tarde al colegio.

Esa tarde Carlos llegó del colegio deseando jugar con sus canicas, casi no tenía deberes, así que esperaba pasar unas cuantas horas jugando. Pero cuando abrió la puerta de su habitación no había ni una canica.

- ¡Mamá! – gritó llorando -. ¿Quién ha cogido mis canicas?

Su madre y Andrea corrieron a la habitación de Carlos, efectivamente no había ni una sola canica a la vista.

- Andrea, ¡devuélveme mis canicas! – lloriqueó Carlos.

- Yo no las tengo – se defendió la niña -. Seguro que las ha cogido el duende – aseguró.

- No digas tonterías, ¡los duendes no existen! – dijo Carlos.

Pero, a pesar de pasarse los tres un buen rato buscando por todos los huecos de la habitación, las canicas no aparecieron. Carlos no paraba de llorar.

- ¡Mis canicas, mis canicas! – se lamentaba Carlos -. Me ha costado tanto tiempo tener tantas.

- Ya te dije que el duende se las iba a llevar – insistía Andrea.

Carlos pasó el resto de la tarde muy triste, no podía creer que todas sus canicas hubiesen desaparecido sin dejar rastro, ¿y si Andrea tenía razón y se las había llevado un duende? Empezó a pensar que esa era la única opción, era imposible que no apareciese ninguna. ¿Cómo iba a conseguir convencer al duende para que le devolviese sus canicas?

Carlos cogió una linterna y entró en su habitación que estaba a oscuras, iba iluminando poco a poco todos los rincones.

- ¿Estás ahí duende? – preguntó Carlos, pero nadie respondió -. Te propongo un trato – continuó diciendo -. Si me devuelves mis canicas te dejo que te quedes con una, la que más te guste.

En ese momento se abrió la puerta de su cuarto y entró el papá de Carlos.

- ¿Qué ha pasado? – le preguntó.

Carlos le contó cómo habían desaparecido sus canicas y que había llegado a la conclusión de que había sido el duende, así que estaba haciendo un trato con él.

- Eso no puede ser, Carlos. Los duendes no existen – dijo su papá -. Seguro que todo tiene una explicación lógica – aseguró y le preguntó -. ¿Ha venido hoy Carla?

Carla era la señora que los ayudaba con las tareas domésticas.

- Creo que sí – contestó Carlos.

A su papá se le iluminó la cara y salió de la habitación. Carlos le siguió hasta la cocina, su papá sacó la aspiradora y la abrió, ¡allí estaban las canicas! Carlos no podía estar más contento, las sacaron todas.

- Falta una papá – aseguró Carlos -. La azul transparente que era tan bonita.

- Pues aquí ya no queda ninguna más – le confirmó su padre.

- ¿Se la habrá quedado el duende? – preguntó Carlos.

- Carlos, ya te he dicho que los duendes no existen, se habrá perdido y con esto aprenderás a no dejar todo por medio – le contestó su padre.

Carlos fue a su habitación y, por primera vez, dejó todas sus canicas ordenadas en su caja. Estaba muy contento, aunque echaba de menos su canica azul. Esa noche cuando se fue a dormir escuchó como rodaba una canica por el suelo y pensó “Un trato es un trato”.

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