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Ricardo y el misterio de los deberes comestibles


A Ricardo y a mí nos encantaba pasar el día juntos. Jugábamos todo lo que podíamos y dábamos largos paseos. Lo pasábamos genial. Lo malo era cuando Ricardo tenía que hacer sus tareas. Eran momentos interminables. Los minutos parecían horas. Ricardo no paraba de resoplar mientras estudiaba y yo me aburría muchísimo, al final terminaba dando vueltas y vueltas alrededor de la habitación hasta que terminaba mareado.

Una tarde cuando llegamos a casa la mamá de Ricardo nos estaba esperando en la puerta. Estaba muy seria.

- Me ha llamado tu profesora Ricardo – le explicó su madre -. Me ha dicho que no has podido entregar tus deberes porque se los ha comido Kelvin. La profesora estaba muy preocupada por si se ponía enfermo, así que lo vamos a llevar a la clínica.

¿Iban a llevarme a la clínica a mí?, ¿por qué? Yo estaba estupendo. No recordaba haberme comido unos deberes, lo cierto es que yo comía de todo, pero ¿unos deberes? ¡Yo nunca haría eso! Nadie podía creer que yo hubiese hecho eso.

- Sube al coche Kelvin – me ordenó la mamá de Ricardo -. Tenemos que comprobar que no estés enfermo.

Yo lloriqueé. No me gustaban nada las clínicas. Tenía miedo y comencé a temblar.

- Mamá, no creo que sea necesario – dijo Ricardo -. Unos papeles nunca han matado a nadie.

- ¡Mírale la cara! Pero si está temblando de pies a cabeza – le explicó su madre a Ricardo -. Es necesario que le examinen por si tienen que operarle.

¿Operarme?, ¿pensaban operarme? Miré a Ricardo esperando que dijese algo, pero él agachó la cabeza y sin apenas darme cuenta estaba metido en el coche camino de la clínica.

Estaba muy asustado. Podía acabar en un quirófano. Fui todo el camino lloriqueando y sin entender por qué Ricardo pensaba que me había comido sus deberes. Pero Ricardo ni siquiera me miraba. ¿Se habría enfadado conmigo?

Al llegar a la clínica me metieron en una sala blanca, llena de camillas y me separaron de Ricardo. Yo estaba muy asustado. ¿Qué había pasado con los deberes? Esperé mucho tiempo y no venía nadie. ¿Se habrían olvidado de mí? Escuché la voz de mi amigo en la habitación de al lado. No entendía muy bien lo que decía, pero parecía triste. ¿Me iban a operar?, ¿dónde estarían los dichosos deberes?, ¿me los habría comido y no me acordaba? Escuché unos pasos que se acercaban a la puerta y apareció en la sala un hombre vestido con bata blanca.

- Kelvin, ya puedes salir – me dijo.

Yo me fui corriendo antes de que aquel hombre cambiase de opinión. Me encontré a Ricardo llorando.

- ¡Kelvin! Lo siento mucho – me dijo mientras me daba un abrazo.

¿Me iban a operar? ¿Qué pasaba? ¿Por qué lloraba Ricardo?

- Kelvin, perdóname. No hice los deberes y dije que te los habías comido para que no me regañasen – me confesó.

- Tu perro ha tenido suerte de que confesases a tiempo – dijo el veterinario.

- No volveré a mentir jamás – aseguró Ricardo y yo estuve seguro de que sería así.

Esa tarde Ricardo pasó todo el tiempo haciendo los deberes, mientras yo le miraba y me preguntaba como sabría el papel…


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