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¡Límpiame la bola!

  • Begoña Torres
  • 8 jun 2017
  • 2 Min. de lectura

- ¡Límpiame la bola! - me ordenó mi jefa, tendiéndome una pelotita de golf húmeda y con decenas de trocitos de césped pegados. La cogí entre el dedo pulgar e índice y dediqué a la bola una mueca de repugnancia.

Mientras me dirigía a la máquina lava-bolas intenté recordar como me habían convencido en el departamento para que acompañase a mi jefa como caddie en el campeonato de golf.

- Una vuelta al mundo bien vale el sacrificio de un día - sonaban las palabras de mis compañeros en mi cabeza.

Pero tan sólo estábamos en el hoyo número dos y notaba como mis nervios se crispaban a cada segundo.

- Limpia para un nuevo golpe - le dije a mi jefa mientras le devolvía la bola reluciente.

Caminaba un par de pasos detrás de ella, cargada con la bolsa de palos, y sonriendo educadamente cada vez que mentía sobre su buen juego. Y a cada nuevo hoyo, me tendía despóticamente la bola - ¡Límpiamela! -, y yo vuelta a la máquina lava-bolas y a devolvérsela reluciente.

En el hoyo número diez mi jefa dio uno de sus habituales malos golpes. La pelota salió disparada en dirección al lago. Mi jefa se volvió hacia mí y me gritó.

- ¡Búscamela!

Yo con la bolsa a cuestas, caminando torpemente por el peso, descendí la colina donde estábamos. Esta vez mi jefa iba detrás protestando.

- Si hubieses limpiado bien la bola, no hubiese perdido un golpe. Pero claro, eres una calamidad. No entiendo como todavía no te he despedido.

Mi jefa no paraba de protestar y yo notaba como una ira incontenible se iba apoderando de mí.

- Venga, busca. Tan tonta eres que no puedes encontrar una bola.

Yo miraba alrededor del lago, pero sólo encontraba barro y hierbajos aplastados. Por fin, detrás de un árbol, encontré la dichosa pelotita metida en un charco.

- Bola vista - avisé a mi jefa.

Ella se acercó donde yo estaba.

- ¡Límpiame la bola! No ves que está sucia - me ordenó.

- No se puede tocar en mitad de un hoyo - le recordé.

- Me da igual. Yo no puedo darle así. ¡Límpiamela!, ¡límpiamela! - comenzó a chillar.

Estallé y, con un rápido movimiento, empujé a mi jefa hacia el lago. Ella cayó dentro. Me abalancé sobre ella y sumergí su cabeza. Esperé hasta que desaparecieron las pequeñas burbujitas que ascendían a la superficie. Cuando estuve segura que ya no respiraba, la saqué del agua y la dejé sobre el suelo.

- Limpia para un nuevo golpe - dije entre dientes.

Cogí el hierro siete de la bolsa, y apunté hacia su cabeza.


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