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María y el misterio del collar


María se había ido a vivir a una nueva casa. Eso había significado una nueva ciudad, un nuevo colegio y dejar atrás a sus amigos. A su padre le habían trasladado así que, en menos de un mes, toda la familia empaquetó sus cosas.

La casa nueva era muy grande y bonita. Por primera vez, María no tenía que compartir habitación con su hermana. Su cuarto era enorme con unos grandes ventanales que daban al jardín, pero aún así María estaba triste. Se sentía sola. Echaba de menos a sus amigas. No conocía a nadie y pasaba interminables horas sentada mirando por la ventana.

- Ya verás como pronto haces muchos amigos – la trataba de animar su madre, pero María sólo se encogía de hombros e intentaba contener un sollozo.

Una tarde, mientras que estaba sentada en el poyete, María notó que se movía una tabla. Se levantó rápidamente y tras manipularla un rato consiguió sacarla. Metió lentamente la mano en el agujero que había quedado tras quitar la tabla. Notó que tocaba algo y lo sacó. Envuelto en un trapo había un libro. Parecía muy antiguo. Lo abrió rápidamente y comprobó que se trataba de un diario. Lo había escrito cien años atrás Manuela, la antigua inquilina de esa habitación. Manuela relataba que tenía diez años y que era muy feliz en aquella casa, pasaba los días jugando con Ana, la hija de su sirvienta. Sin embargo, un día desapareció un valioso collar de esmeraldas de su madre. Acusaron a la sirvienta de haberlo robado y la despidieron. Manuela y Ana se tuvieron que separar. Manuela estaba convencida de la inocencia de la madre de su amiga, pero no pudo demostrarlo nunca. El collar no apareció jamás, aunque Manuela estaba segura que nunca había salido de la casa. Desde aquel momento, la familia de Manuela, tuvo una racha de mala suerte. A su padre le fueron mal los negocios, se arruinó y no les quedó más remedio que abandonar la casa. Allí es dónde terminaba la historia de Manuela.

María comprendió lo sola que se debió sentir Manuela cuando se fue Ana, ella se sentía igual. Sintió pena por ella y por su familia. “Quizás el acusar injustamente a la sirvienta les atrajo una maldición” pensó María. “Voy a encontrar ese collar” decidió y por primera vez en mucho tiempo se sintió animada, tenía un objetivo que cumplir.

María buscó por todos los rincones de la casa, sin resultado ninguno. Se preguntaba dónde podía estar el collar. Cogió el diario, “ojalá pudieras ayudarme, Manuela” pensó.

Esa noche estuvo releyendo el diario. Intentaba encontrar alguna pista. Manuela relataba que la última vez que su madre llevó el collar fue en una fiesta que dieron en su casa. El cuarto de sus padres estaba justo encima del suyo. Era una habitación enorme con un gran balcón. Manuela aseguraba que cuando terminó la fiesta aún llevaba el collar y no notó su falta hasta el día siguiente. También explicó que a los pocos días de la desaparición del collar y de la marcha de Ana empezó a oír ruidos y a ver destellos a través de la ventana.

“¿Ruidos y destellos?” pensó María, “esa debe ser la clave”. Intentó dormirse, pero esa noche hacía mucho viento. Las ramas del árbol que había en el jardín no dejaban de dar golpecitos en su ventana y el ruido no le permitía dormir. De repente lo entendió todo.

A la mañana siguiente se levantó muy temprano y salió al jardín. Observó la fachada de la casa dónde estaba la ventana de su cuarto. Estaba cubierta por una tupida enredadera, así que no podía distinguir nada. Iba a tener que trepar por el árbol. María subió con dificultad hasta la copa, estaba más o menos a la misma altura que la habitación de sus padres. Extendió la mano hacia la enredadera y sacudió las hojas. Nada. María se sintió decepcionada, pero volvió a extender su mano, esta vez introdujo su mano entre las hojas. Las movió con fuerza. “Tiene que estar aquí” pensó. De pronto escuchó un tintineo. María sonrió y agarró un objeto. Sacó la mano de las hojas. Allí estaba, el collar. Estaba sucio por el paso de los años, pero aún se podía distinguir el color verde de las esmeraldas.

Entró corriendo a su casa y enseñó el collar a sus padres. Les contó también la historia de Manuela. Sus padres decidieron encontrar a los descendientes de Manuela, porque era a ellos a quien pertenecía ese collar y resultó que vivían muy cerca. Tenían una hija de catorce años que también se llamaba Manuela. María y ella se hicieron inseparables. Manuela la presentó a todas sus amigas y pronto la casa de María estuvo llena de chicas.

María decidió guardar el diario de Manuela donde lo encontró. “Gracias” susurró María mientras envolvía el diario en el trapo y, por un momento, le pareció escuchar unas risas infantiles y un tintineo.


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