Este aspirador se ha enamorado de mí
- Begoña Torres
- 20 jun 2017
- 3 Min. de lectura

Alberto apareció en casa con una caja enorme. Me hice la sorprendida aunque sabía que no se iba a olvidar de nuestro aniversario. Corrí a abrazarle. El paquete era inmenso. ¿Sería ese vestido que tanto me gustaba con el bolso y los zapatos a juego? Durante un mes cada vez que salíamos a dar un paseo lo llevaba a ver el escaparate y suspiraba delante del vestido.
- ¡Es precioso!, ¿verdad Alberto?
Él se limitaba a encogerse de hombros pero parecía que esta vez sí había captado la indirecta, estaba segura que mi anhelado vestido estaría dentro de esa caja.
Desenvolví el paquete muy nerviosa, destrozando el papel.
- ¡¿Una aspiradora?! – dije con una mueca de sorpresa y decepción.
- No es una aspiradora cualquiera – me explicó Alberto entusiasmado -. Es una aspiradora robot. Va sola así ya no vas a necesitar barrer nunca más.
Alberto sonreía de oreja a oreja, a él le encantaba la tecnología y esto sería una ayuda en casa, pero ¡era nuestro ANIVERSARIO!, ¿una aspiradora?, ¿en serio? No se en qué momento debió pensar que me iba a hacer ilusión. Interiormente le dije adiós al vestido, a los zapatos y al bolso y me esforcé por sonreír.
- ¡Muchas gracias cariño! Seguro que será de gran ayuda.
Al día siguiente me dispuse a estrenar el famoso cacharro. Tras horas de montaje y de leer instrucciones ya estaba casi todo listo salvo que le tenía que poner un nombre para que funcionase, ¡un nombre!, como si fuese un hijo o algo así. Estuve casi tanto tiempo pensando en el nombre como montando el cacharro, ¡soy tan mala tomando decisiones!
Al final decidí llamarle Carlos, en recuerdo de aquel chico por el que estuve colada con dieciséis años, después conocí a Alberto y ya nada volvió a ser lo mismo pero, de vez en cuando, me preguntaba qué tal le iría.
- Bueno Carlos, hora de trabajar – le dije al cacharro como si pudiese escucharme y le di al on.
El aspirador se puso a trabajar, iba y venía por toda la casa, a mí me daba la impresión de que estaba borracho, dando tumbos sin rumbo fijo y, de vez en cuando, le decía:
- ¡Muy bien Carlos!, ¡buen trabajo!, ¡lo has dejado todo muy limpio!
Alberto se reía de mí.
- Deja de hablar al trasto, ¿te crees que te escucha?
Pero a mí me daba no se qué no agradecerle lo que hacía por nosotros todos los días.
No me acuerdo exactamente en qué momento me di cuenta pero Carlos empezó a seguirme, si yo entraba o salía de una habitación Carlos venía detrás, a veces se quedaba horas limpiando en el mismo sitio si yo estaba allí.
- Alberto, creo que el aspirador se ha enamorado de mí.
- ¡No digas tonterías! – me contestó riéndose -. Es una máquina, no tiene sentimientos, ni siquiera te ve, solo ve la suciedad.
- Lo que tú digas.
Pero Carlos continuó día tras día siguiéndome por toda la casa y yo empecé a contarle cosas. Alberto había cambiado de trabajo y ya casi no venía a casa así que Carlos se convirtió en mi confidente, nos pasábamos horas yo hablando y él escuchando. Hasta que un día lo entendí, estábamos mejor sin Alberto. Hice mis maletas y empaqueté a Carlos, no pensaba dejarlo allí solo con alguien que no aparecía por casa y no apreciaba su trabajo. Salí de casa con Carlos metido en su caja, que era tan grande, que apenas podía ver por encima de ella.
- ¡Perdón! – se disculpó una voz masculina cuando tropecé con ella en la calle.
- No pasa nada – contesté intentando mirar por encima de la caja para ver con quién me había tropezado.
- ¿Irene, eres tú?
- ¿Carlos?
- Irene, ¡qué alegría!, ¿cómo te va? Ni te imaginas las veces que he pensado en ti estos años.
En ese momento supe que esperaba que mi aspirador no fuese celoso o tendría que dejarlo en su caja y pensé que había sido el mejor regalo de aniversario que había tenido jamás.
टिप्पणियां