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Mi amigo visible. Capítulo 1. El día de la asignación


Capítulo 1. El Día de la Asignación.

Eco.

Estaba muy nervioso. Por fin había llegado el momento. Desde que cumplí diez años sabía que se acercaba el Día de la Asignación y allí estaba yo, de pie, lo más firme que podía y con goterones de sudor escurriéndome por la espalda. Miré al resto de mis compañeros, todos los chicos y chicas parecían tan tranquilos como si esta Asignación no les fuese a cambiar toda su vida. Nos iban a asignar a nuestro amigo visible, lo máximo que se podía aspirar en el mundo de la invisibilidad. Esto nos daba la oportunidad de vivir entre los dos mundos, conocer nuevos sitios, tener nuevas experiencias. Todos los niños de nuestro mundo se intentaban preparar para llegar a este día y yo no era una excepción. Desde que tuve uso de razón ese había sido mi objetivo, convertirme en amigo invisible y estaba a unos pocos minutos de conseguirlo.

El año de la selección había sido muy duro. Tuve que pasar duras pruebas y muchos exámenes. Muchos de mis compañeros se quedaron por el camino pero yo, en contra del criterio del señor Dunkelheit, pasé todas ellas y fui primero de mi promoción. No podía olvidar su cara al darme el diploma que me avalaba como “amigo invisible” y tampoco entendía por qué parecía odiarme tanto. Les había preguntado a mis padres y parecía que tuvieron algún conflicto cuando coincidieron en la Academia, mis padres consiguieron su certificado de “amigos invisibles”, sin embargo, el señor Dunkelheit nunca lo consiguió y fue asignado a la enseñanza y me daba la impresión de que culpaba de ello a mi padre. No es que la enseñanza fuese una mala ocupación, más bien todo lo contrario, pero, por alguna razón al señor Dunkelheit no parecía gustarle. A pesar de la multitud de zancadillas que me puso el señor Dunkelheit lo había conseguido y estaba a punto de que mi nombre fuese emparejado con mi amigo visible. Durante esos momentos de espera no paraba de preguntarme si sería simpático, si tendríamos los mismos gustos, si confiaría en mí. Ser amigo invisible era una labor muy importante, normalmente nuestros amigos visibles eran niños que necesitaban nuestra ayuda, aunque ni ellos mismos lo supiesen y parte de nuestra misión era averiguar qué les ocurría.

Uno a uno fuimos llamados hacia la mesa donde el ordenador, después de meter la ficha en la que iba recogida toda nuestra información, nos emparejaba y se nos entregaba la llave que nos permitía entrar en la casa de nuestro amigo visible a través del arco que unía ambos mundos. Solo había un arco para cada emparejamiento y ningún otro amigo invisible podía atravesarlo.

- Eco Bellamy - retumbó mi nombre por toda la sala.

Me acerqué despacio hacia la mesa, sentía como temblaba cada músculo de mi cuerpo y tenía la espalda empapada.

- Su ficha señor Bellamy - me pidió el señor Dunkelheit con una voz áspera.

Le tendí la ficha mientras mi mano se movía arriba y abajo de forma evidente. El señor Dunkelheit me la arrancó de mala manera y la introdujo en la ranura del ordenador. Intenté no pensar en nada mientras el ordenador trabajaba y me concentré en el ruido que emitía el aparato y las distintas luces que se iban encendiendo, por fin emitió un pitido y apareció un nombre en la pantalla.

- ¡Laila Black! – anunció la voz del señor Dunkelheit.

¿Una chica?, ¿una chicaaaaaa? No es que tenga nada en contra de las chicas, de hecho mi mejor amiga es una chica, Kiara, desde que recuerdo no nos hemos separado ni un solo día, hasta ahora. Kiara no había pasado las pruebas de la selección y había decidido dedicarse a ser enfermera, siempre había querido ayudar a los demás, de hecho casi podría asegurar que había fallado las pruebas a propósito porque lo de ser amiga invisible nunca había ido con ella. La cuestión es que cuando me imaginé mi amigo visible siempre me imaginé que sería un chico. Sabía que era una tontería y que seguramente que Laila era estupenda, pero me sorprendió, aunque solo me pasó durante un par de segundos y, en seguida, me repuse.

- ¡Tome su llave! – me espetó el señor Dunkelheit mientras me tendía una pequeña llave de color dorado, yo la cogí rápidamente y me retiré a mi sitio esperando que terminase la Ceremonia de Asignación lo más pronto posible. Aunque intenté no pensar en Laila y centrar mi atención en la que quedaba de ceremonia, no podía parar de intentar imaginar cómo sería Laila. Por fin la ceremonia tocó a su fin y el señor Dunkelheit nos ordenó a todos volver a nuestras casas.

- Mañana será un día muy largo – explicó el señor Dunkelheit con la voz seria que tanto le caracterizaba -. Serán enviados al mundo de la visibilidad. Esperemos que todos hagan lo que deben y no tengamos problemas. Por supuesto, espero que nadie olvide traer su llave.

A la mañana siguiente me desperté antes que sonase el despertador. Este era el día por el que había trabajado durante tanto tiempo. Hoy nos iban a llevar a todos los seleccionados a la Sala de las Cerraduras Infinitas donde nuestra llave abriría el arco que nos separaba de nuestro amigo visible.

¡Hoy iba a conocer a Laila! La noche anterior había accedido a sus datos por el ordenador. Tenía ocho años, con una larga y rizada melena pelirroja, tenía toda la cara llena de pecas y una mueca que me hacía pensar que era traviesa y divertida. Parecía que le encantaba bailar y deseé poder ser mejor en baile pero, la verdad, es que yo era un verdadero desastre en eso de la danza. Esperaba caerle bien y algo me decía que íbamos a llevarnos a las mil maravillas.

Me preparé lo más rápido que pude y bajé a desayunar.

- ¿Nervioso? – me preguntó mi padre.

- Bueno, un poco… - confesé mientras me preparaba el desayuno.

- No tienes por qué estarlo. Recuerdo cuando tu padre y yo viajábamos para ver nuestros amigos visibles, fueron de los mejores momentos de nuestras vidas – me aseguró mi madre y me dio un sonoro beso en la mejilla -. Eres un chico estupendo y cualquier niño o niña tendría mucha suerte de tenerte como amigo. Tan solo se tú mismo.

- ¡Estoy totalmente de acuerdo! – exclamó Kiara que, en ese momento, entraba por la puerta -. He venido a desearte suerte y a darte esto – Kiara se quitó un pequeño cascabel que llevaba colgado al cuello y me lo dio. Yo sabía lo importante que era para ella, lo había llevado siempre desde que recordaba, había sido un regalo de su abuela y lo tenía mucho cariño.

- No puedo aceptarlo – dije tendiéndoselo -. Es demasiado.

- Quédatelo, por favor. Te dará suerte y así siempre podrás recordarme y te guiará hasta mí.

- Muchas gracias – le dije y le di un abrazo. Hasta ese momento no me di cuenta de lo que la iba a echar de menos. Tener una amiga visible iba a ser genial, pero nadie ocuparía el lugar de Kiara, ella siempre sería mi mejor amiga, pasase lo que pasase.

- Será mejor que te prepares, el autobús está a punto de llegar a recogerte – dijo mi madre.

Asentí y fui a mi habitación a coger la llave dorada que brillaba como si nunca la hubiese tocado nadie y los números 154789 se podían leer con claridad.

Llegué a la puerta justo cuando vi que aparecía el autobús al final de la calle. Les di un rápido abrazo a mis padres y a Kiara y salí corriendo.

El viaje se me hizo eterno, a pesar de que todos los chicos no paraban de parlotear no conseguía centrarme en ninguna de las conversaciones. Estaba demasiado nervioso. Por fin llegamos a la puerta de un edificio enorme, era una gran mole de cemento cuadrado sin apenas ventanas, “cuestión de seguridad” nos habían explicado en la instrucción. No podían permitir que alguien robase alguno de los arcos, cualquier error podría suponer una catástrofe. Recorrimos un montón de pasillos todos iguales, largos y solamente iluminados por unas cuantas bombillas, no recuerdo cuantas veces giramos a la izquierda y a la derecha pero, finalmente, llegamos ante dos grandes puertas doradas. Todos contuvimos el aliento. Habíamos llegado. La Sala de las Infinitas Cerraduras. Las puertas se abrieron y entramos en una gran sala aparentemente vacía, solo había en el centro un ordenador encima de una mesa y una silla. Nos quedamos parados sin saber muy bien qué hacer.

El señor Dunkelheit apareció de la nada. Llevaba también una llave dorada al cuello.

- Buenos días – nos saludó con seriedad -. Después de haber superado sus exámenes supongo que ya sabrán lo que va a ocurrir, les ruego que sigan las normas para que no se produzca ningún problema.

Sin más empezó a llamarnos por nuestro nombre. Cada uno le tendía su llave y el señor Dukenheilt la introducía junto con la suya y aparecía de la nada un arco del que no se veía nada en el interior, pero uno a uno iban entrando los seleccionados y uno a uno iban desapareciendo. Inmediatamente después el arco desaparecía hasta que llegaba el del siguiente seleccionado.

Llegó mi turno.

- Eco Bellami – me llamó el señor Dukenheilt.

Di un paso adelante mientras escuché como me deseaban suerte. Me giré y vi a Alina, no había hablado mucho con ella durante este año pero parecía simpática. Le sonreí y también le deseé suerte. Me acerqué a la mesa dónde se encontraba el señor Dunkelheit y le susurré “buenos días”.

- La llave – me dijo a modo de respuesta mientras alargaba la mano.

Se la tendí y él la cogió bruscamente. Introdujo su llave y la mía en las ranuras adecuadas y apareció un arco ante mí. El señor Dukenheilt me devolvió la llave.

- Ya conoce las normas – me dijo -. Deberá volver por el mismo arco que solo usted podrá ver y deberá activarlo con su llave. No puede interferir en la vida de otras personas visibles, solo Laila puede tener conocimiento de su existencia, si no correrá el riesgo de no volver nunca. ¿Lo ha entendido?

Asentí. No sabía si estaba más nervioso por estar a punto de atravesar mi arco o por si estar en presencia del señor Dunkelheit.

- Adelante entonces – me indicó el señor Dukenheilt -. Demuéstreme que se merece haber sido primero de su promoción.

Sentí como temblaba hasta el último músculo de mi cuerpo según me acercaba al arco, dónde por mucho que lo intentaba no podía ver nada. Respiré hondo y atravesé el arco.


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